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Después de dejar al niño en clase de pintura, porque en el futuro alguien va a tener que pintar todo esto, doy vueltas sin rumbo por Pontevedra, hostelería cerrada, tiritando de frío porque si me ha costado siete meses no olvidarme la mascarilla en casa, a ver cuántos me lleva acordarme de que no puedo hacer tiempo en un bar. Termino sentado en un banco, mirando a las palomas (hay una muerta) con el mismo desamparo y resignación con que Borges se encontró al otro, que era él mismo cincuenta años antes: “Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista”, le dice. “Verás el colo…
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